La evaluación educativa es una herramienta que debe
tener como objetivo la mejora del sistema educativo. La evaluación en manos de
los docentes constituye el arma eficaz y decisiva para el mejoramiento
permanente de sí mismo, de su práctica, y de los logros que desea alcanzar en
los alumnos. Una vez más, una herramienta imprescindible para autorregular el
aprendizaje.
Cuando el docente emprende la tarea de evaluar a sus
alumnos y su aprendizaje, debe optar por
una evaluación “auténtica”, que se adapte a los objetivos y contenidos
establecidos y mida el grado de adquisición de conocimientos, la comprensión y
el nivel de aplicación de las estrategias de aprendizaje.
La evaluación no debe ser el resultado final del
proceso, debe hacerse antes, durante y después. Debe ser un apoyo, que ayude al
profesor a enseñar y a los alumnos a aprender. Desde este punto de vista, la
evaluación nunca termina, ya que debemos estar analizando continuamente. La
evaluación adquiere sentido en la medida que comprueba la eficacia y posibilita
el perfeccionamiento del proceso de enseñanza-aprendizaje. Lo que destaca un
elemento clave de la concepción actual de la evaluación: no evaluar por
evaluar, sino para mejorar, utilizar nuevas estrategias, comprobar el alcance
de las metas establecidas, etc.
Para realizar una evaluación eficaz, en primer lugar,
debemos fijar unos contenidos y sus objetivos. Para ello podemos preguntarnos
“¿Qué quiero que mis alumnos aprendan?”, nuestra respuesta se debería enfocar
en temas de la vida cotidiana, reales, que sean de interés y con los que los
alumnos puedan integrar y desarrollar conocimientos que le ayuden a
desenvolverse en su día a día. “¿Qué tema os resulta interesante?”
Para alcanzar los objetivos propuestos, debemos
plantear una serie de actividades de introducción, desarrollo y conclusión del
tema. Estas actividades nos ayudarán a realizar una evaluación continua a lo
largo del proceso, adaptándolas a cada alumno, tomando medidas y enseñando
estrategias. Esta evaluación debe ayudar a los alumnos a observar su proceso y
a mejorar.
Una buena manera de comenzar nuestro proceso de
evaluación es partir de los conocimientos previos de los alumnos, ¿Qué sabéis
sobre X tema? Esta actividad permite captar la atención de los alumnos, conocer
su grado de conocimiento y saber de dónde debemos partir.
La evaluación “durante”, debe tener en cuenta el
proceso de aprendizaje. Esta nos ayuda a determinar cambios en el proceso, usar
nuevas estrategias... para lograr las metas establecidas.
Respecto a la evaluación final, podemos caer en la
tentación de basarnos en una prueba objetiva. Esta opción no es errónea siempre
y cuando, se tenga en cuenta la evaluación durante el proceso y el progreso que
ha podido realizar el alumno.
Este enfoque de la evaluación puede ser aplicada a
todas las áreas educativas
“La evaluación debe ayudar al maestro a mejorar su enseñanza
y al alumno su aprendizaje”
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